Nos,
Emperador de Japón por la gracia del cielo, hacemos saber que declaramos
la guerra a los Estados Unidos de Norteamérica y al Imperio británico. La
nación entera, con voluntad unida, movilizará todas sus fuerzas a fin de que
nada sea olvida do para alcanzar nuestros objetivos de guerra.
Asegurar la estabilidad
en Asia Oriental y contribuir a la paz mundial son los fines de nuestra
política. En verdad que ha sido inevitable y muy alejado de nuestros deseos el
ver a nuestro Imperio cruzar ahora sus fuegos con Norteamérica y Gran Bretaña.
Más de cuatro años han pasado desde que China no acertó a comprender las
verdaderas intenciones de nuestro Imperio y comprometió la paz del Extremo
Oriente, aunque el Gobierno nacional chino haya sido restablecido en Nankín y
el Japón sostenga con él relaciones de buena vecindad y colaboración. El
régimen que continuó viviendo en Chungking ha contado con la protección de
Estados Unidos y Gran Bretaña. Estas naciones fomentaron sus preparativos militares
en los cuatro costados de nuestro Imperio para desafiarle. Obstaculizaron el
comercio en el Pacífico y rompieron, finalmente, las relaciones económicas.
Hemos esperado con
paciencia, en la esperanza de que nuestro Gobierno lograría restablecer la paz;
pero nuestros adversarios no demostraron el menor espíritu de conciliación. De
no poner remedio a este estado de cosas, no solamente se anularían los
esfuerzos realizados por nuestro Imperio durante numerosos años para la
estabilización del Asia Oriental, sino que se ponía en peligro también la
existencia de nuestra nación.
Tenemos confianza en que la labor que nos ha sido legada por nuestros antepasados será muy pronto restablecida en el Asia Oriental.
Tenemos confianza en que la labor que nos ha sido legada por nuestros antepasados será muy pronto restablecida en el Asia Oriental.
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