Una comarca habitada por
descendientes isleños se queja de no haber recibido ayuda
J. P. VELÁZQUEZ-GAZTELU (ENVIADO ESPECIAL) - Chalmette - 10/09/2005
Los ojos del mundo están puestos sobre la devastada Nueva
Orleans, pero una comarca vecina habitada por numerosos descendientes de
emigrantes canarios se ha llevado la peor parte del huracán Katrina, al menos
en el Estado de Luisiana. Los vecinos de la parroquia de St. Bernard, aún
sumergida bajo tres metros de agua dos semanas después del paso del ciclón,
afirman que toda la ayuda fue a parar a la gran ciudad y que sólo en los
últimos días está empezando a llegar a su zona.
Aunque la cifra oficial de
muertos en St. Bernard oscila entre 67 y 70, las autoridades locales temen que
hasta 500 personas hayan perecido como consecuencia del paso del huracán. Por
su ubicación en el extremo oriental de Luisiana, en una zona de marismas
próxima a la costa del golfo de México, la parroquia ha sido siempre muy
vulnerable a los tifones.
"Los días posteriores al
huracán fueron un infierno", recuerda el presidente de la parroquia, Henry
Junior Rodríguez, desde su puesto de coordinador de la ayuda a las
víctimas, instalado en las oficinas de la refinería que la petrolera
Exxon-Mobil tiene en Chalmette, la principal ciudad de la zona. "Tuvimos
que sacar a casi 10.000 personas en barcos particulares", señala. En un
asilo cercano a Chalmette se encontraron esta semana 32 cadáveres de ancianos
que murieron ahogados tras ser abandonados por sus cuidadores.
La máxima autoridad local ha
pedido a la población que no intente regresar por ahora a St. Bernard ante el
peligro de epidemias. Y ante el caos reinante en la vecina Nueva Orleans, el sheriff,
Jack A. Stephens, ha prohibido terminantemente a los vecinos acercarse a sus
casas. "La ciudad de Nueva Orleans parece sumida en un estado de
insurrección, y no permitiré que éste se contagie a la parroquia de St.
Bernard", advierte el jefe policial. "Cualquiera que se salte un
control de seguridad se arriesga a recibir un castigo severo, incluyendo un
disparo".
Como Rodríguez y Stephens, muchos
de los habitantes de St. Bernard son descendientes de canarios que se
establecieron en las marismas de la desembocadura del río Misisipi a finales
del siglo XVIII. Conocidos como isleños, algunos hablan todavía un
español arcaico plagado de voces canarias y celebran su herencia con festivales
en los que no faltan la música y la comida españolas. Una sociedad, Los Isleños
Heritage and Cultural Society (www.losislenos.org) mantiene viva la
tradición y gestiona un museo que ha resultado muy dañado por el huracán. La
parroquia, que cuenta con unos 65.000 habitantes, fue bautizada en honor de
Bernardo de Gálvez, primer gobernador español de Luisiana. En su día, la mayor
parte de sus habitantes se dedicó a la pesca, pero las refinerías de petróleo
son actualmente la principal fuente de trabajo.
En los días posteriores al paso
del Katrina, quienes desoyeron la llamada a la evacuación lograron sobrevivir
subiéndose a los tejados de las casas, acosados por la rápida subida del nivel
de las aguas. Ken Winters, que dirige la pequeña emisora de televisión local,
relata que uno de sus vecinos, con el agua al cuello en el ático de su casa y
el cadáver de su esposa flotando a su alrededor, se salvó abriendo un agujero
en el techo de un puñetazo. "Hay una sensación de enorme frustración entre
la gente por lo tarde que llegó la ayuda", explica Winters. "Tuvimos
que ayudarnos a nosotros mismos". Por si fuera poco, una refinería local
vertió 58.000 barriles de petróleo durante el paso del Katrina, y sus empleados
tratan a duras penas de limpiar la mancha.
En Chalmette, las calles que no
están inundadas están cubiertas por una espesa capa de barro. Sólo se ven
patrullas de la Guardia Nacional llegadas de otros Estados del país para
encargarse de la seguridad. En la carretera principal de acceso a la ciudad,
junto a un puerto pesquero devastado por el huracán, el hotel Econo Lodge
muestra sólo un esqueleto de madera. Del restaurante Lucky Bayou, especializado
en marisco de la zona, queda sólo un cartel que en su día debió ser luminoso.
Más suerte ha corrido Planet X, un comercio de material para adultos, que sólo
ha perdido parte del techo.
Henry junior Rodríguez
calcula que se tardará unas tres semanas en habilitar las infraestructuras
básicas para que los habitantes de St. Bernard puedan volver a sus casas y
recoger algunos enseres. Luego tendrán que marcharse de nuevo. El regreso
definitivo, explica, tendrá que hacerse por etapas. ¿Cuándo? "Es imposible
decirlo".
Rodríguez, un hombre voluminoso
de unos 65 años, mata espesa de pelo blanco y pobladas cejas negras, dirige las
operaciones agarrado a un bastón de mando que realza su porte autoritario.
Viste un polo azul celeste con el emblema de la parroquia, vaqueros atados con
un cinturón de piel de cocodrilo y botas camperas de punta fina. Sin levantarse
de la silla, todo al mismo tiempo, da órdenes a sus colaboradores, habla con la
prensa y toma todas las decisiones, por pequeñas que sean. "Reconstruiremos
St. Bernard", afirma convencido. "Aquí hay dos refinerías muy
importantes, y va en el interés nacional que así sea".
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