Se sabía el día 28 ( de julio de 1830) que París
estaba en plena insurrección; el cañón rugía; la campana gruesa de Nuestra
Señora tocaba a rebato; aquel día no fuimos al colegio, pero los maestros que
daban lecciones a mis hermanas vinieron a Neully, y por ellos supimos lo que
ocurría en la capital; todas las calles cubiertas de barricadas, la tropa a la
defensiva, la bandera tricolor izada en todas partes.
El 29 la lucha
se acercó a nosotros: un obús, cayó silbando en el parque. Decía la gente que
huía de París que la insurrección triunfaba, que la tropa fraternizaba con
ella; la guardia se retiraba a Saint-Cloud para agruparse en derredor del rey.
Dejo de insertar todos loa rumores y bulos que acompañaban a estas noticias
demasiado verdaderas.
(…)
Al día
siguiente las descargas de fusilería disminuyeron pero el desorden continuó;
todo el mundo paseaba. Pronto comenzaron a preocuparse por cuestiones de
alimentos, pues todo el tráfico de provisiones, todo comercio, estaba
paralizado por las barricadas. Se preguntaban unos a otros qué ocurría, cosa
que todos, menos los dirigentes, ignoraban completamente. La multitud parecía
un inmenso rebaño de corderos cuyos
pastores habían sido expulsados y que se asombraban de no ver aparecer a
los nuevos perros destinados a morigerarlos. Ningún mal instinto; a veces algún
pánico; todo el mundo escapaba corriendo sin saber por qué; después se paraban
y se echaban a reír. Un clamor se oyó: se acercaba un personaje popular que se
dirigía al Ayuntamiento o al Palais-Royal, precedido de algunos de su claque,
que encendían el entusiasmo de todos, sin tener idea del nombre del héroe al
que aclamaban, felices por el solo motivo de poder manifestar así su civismo.
Después sobrevenía un enternecimiento general; se abrazaban con furor, unos
descargaban así un impulso patriótico; para otros, era resultado del extremo
calor, como quien satisface la sed; para otros, en fin, la nueva costumbre de
una era de fraternidad.
François Ferdinad, príncipe de Joinville. Viejos recuerdos.
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